Según la Wikipedia, una distopia es "una utopía perversa donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal. El término fue acuñado como antónimo de utopía y se usa principalmente para hacer referencia a una sociedad ficticia (frecuentemente emplazada en el futuro cercano) donde las consecuencias de la manipulación y el adoctrinamiento masivo —generalmente a cargo de un Estado autoritario o totalitario— llevan al control absoluto, condicionamiento o exterminio de sus miembros bajo una fachada de benevolencia". Alucino cuando me entero a través de la wiki que en el RAE no está contemplada esta entrada, pero si está, por ejemplo, la palabra chorba. En cualquier caso, desde que era bien joven, siempre he sentido una especial atracción por esos mundos paralelos, esa otra posibilidad de futuro (siempre pesadillesco y pesimista) que en la mayoría de los casos se nos antojaba como algo plausible. Y resulta que gracias a las tecnologías de la información, una descubre años después que estos futuros alternativos forman parte de una especie de subgénero literario: la distopia.
Sin lugar a dudas, el libro por excelencia de este subgénero es 1984, de George Orwell, y hoy más que nunca está vigente debido sobre todo a programas de televisión como Gran Hermano (el cuál debe su nombre a un personaje del libro: The Big Brother, el que todo lo ve. La intención de Orwell a la hora de escribir su obra maestra fue el hacer una crítica a los sistemas totalitarios que surgieron a raíz de la Segunda Guerra Mundial, en especial de la URSS, siendo la figura de Stalin muy similar al culto del lider que aparece en el libro. El trabajo del protagonista de la novela es el de reescribir la historia. Curiosamente esta práctica no estaba muy alejada de la realidad en la Unión Soviética (numerosas fotos truncadas y una feroz propaganda ensalzando los bienes del régimen). Orwell se sirvió de esta distopia para advertirnos sobre los peligros de un culto ciego a una ideología política. Desgraciadamente si bien no hay a simple vista un régimen totalitario que amenace nuestra sociedad actual (hablo de Europa occidental), si es cierto que la figura del Gran Hermano nos acecha reencarnada en incontables figuras: desde su sillón de estado proteccionista, "salvando" a la sociedad de los peligros del sexo, del tabaco, de las drogas, de la inmigración... o desde su sofá mercantilista, acechándonos en cada esquina estudiando nuestros hábitos de consumo y creando necesidades a nuestra medida para luego vendérnoslas a precio de saldo.
Otra obra de referencia dentro de las distopias es Un mundo feliz del también británico Aldous Huxley. Escrito en 1931 (años antes de 1984), a diferencia de Orwell que temía a un futuro privado de información y realidad, Huxley en su distopia particular muestra su temor hacia una sociedad en la que el los avances tecnológicos y médicos y el exceso de información harían que sus habitantes se convirtieran en seres triviales cuya única preocupación sería la ingesta puntual de la droga de la felicidad: Soma. Si comparamos este mundo ficticio y "happy happy" de Huxley a nuestra sociedad actual, ¿no es curioso que no existan tantas diferencias entre esa supuesta droga creada en la imaginación de un señor en los años 30 y el Prozac que tanta relevancia está teniendo en nuestra sociedad del nuevo milenio? Nadie se lleva hoy en día las manos a la cabeza cuando alguien ofrece como cura de todos los males una pequeña pastillita, como si fuéramos Alicia en el Pais de las Maravillas.
Farenheit 451 es un libro que desde la primera vez que cayó en mis manos (tendría unos 13 años) siempre he tenido en mente de una forma u otra a la hora tomar ciertas decisiones en mi vida. De hecho, este libro me ha influido hasta el punto de decantarme por una profesión muy relacionada con los libros. La metáfora no puede ser más clara: los libros, y pro extensión el conocimiento adquirido es peligroso, por lo tanto la mejor forma para controlar a una sociedad es destruyendo su fuente de aprendizaje. En el caso de la novela de Bradbury, los libros. Y en nuestra sociedad actual... ¿quizá el intentar acotar y limitar nuestro acceso libre a la información y a la cultura, es decir, Internet? En España con la Ley Sinde apunto de ser instaurada, la distopia de Bradbury no nos parece que sea precisamente ciencia ficción.
Por último, me gustaría mencionar un libro bastante reciente, escrito por Kazuo Ishiguro (excelente autor de libros como Los restos del día) llamado Nunca me abandones. Sin querer desvelar en demasía el argumento del libro, ya que el factor sorpresa es importante a la hora de disfrutar de la novela indaga sobre las implicaciones éticas y sentimentales a la hora de querer mejorar y alargar nuestra vida. ¿Es todo legítimo mientras que el proceso sea transparente? ¿Hasta qué punto el hombre tiene derecho a usar todos los avances tecnológicos con tal de mejorar su calidad de vida? ¿Habría que plantearse un límite o es perfectamente lícito aspirar a una vida longeva si tenemos los medios adecuados? ¿Dónde reside el alma? A priori, para alguien que no haya leído esta magnifica novela, todas estas preguntas pueden resultar un tanto incoherentes. Razón de más para leer esta maravillosa distopia.
Hay incontables distopias tanto en el cine, como en la literatura e incluso en la música. Partiendo de la premisa de que la distopia ha sido el vehículo perfecto para violar la censura no es de extrañar. Se podría considerar que realmente distopias han existido siempre, y siempre existirán, alertándonos de los peligros de un hipotético futuro como no cambiemos a tiempo nuestro rumbo. Por cierto, cada vez que escucho noticias sobre la central nuclear de Fukushima no puedo evitar acordarme de otra inquietante distopia: La Carretera, de Cormac Mccarthy.
Sin lugar a dudas, el libro por excelencia de este subgénero es 1984, de George Orwell, y hoy más que nunca está vigente debido sobre todo a programas de televisión como Gran Hermano (el cuál debe su nombre a un personaje del libro: The Big Brother, el que todo lo ve. La intención de Orwell a la hora de escribir su obra maestra fue el hacer una crítica a los sistemas totalitarios que surgieron a raíz de la Segunda Guerra Mundial, en especial de la URSS, siendo la figura de Stalin muy similar al culto del lider que aparece en el libro. El trabajo del protagonista de la novela es el de reescribir la historia. Curiosamente esta práctica no estaba muy alejada de la realidad en la Unión Soviética (numerosas fotos truncadas y una feroz propaganda ensalzando los bienes del régimen). Orwell se sirvió de esta distopia para advertirnos sobre los peligros de un culto ciego a una ideología política. Desgraciadamente si bien no hay a simple vista un régimen totalitario que amenace nuestra sociedad actual (hablo de Europa occidental), si es cierto que la figura del Gran Hermano nos acecha reencarnada en incontables figuras: desde su sillón de estado proteccionista, "salvando" a la sociedad de los peligros del sexo, del tabaco, de las drogas, de la inmigración... o desde su sofá mercantilista, acechándonos en cada esquina estudiando nuestros hábitos de consumo y creando necesidades a nuestra medida para luego vendérnoslas a precio de saldo.
Otra obra de referencia dentro de las distopias es Un mundo feliz del también británico Aldous Huxley. Escrito en 1931 (años antes de 1984), a diferencia de Orwell que temía a un futuro privado de información y realidad, Huxley en su distopia particular muestra su temor hacia una sociedad en la que el los avances tecnológicos y médicos y el exceso de información harían que sus habitantes se convirtieran en seres triviales cuya única preocupación sería la ingesta puntual de la droga de la felicidad: Soma. Si comparamos este mundo ficticio y "happy happy" de Huxley a nuestra sociedad actual, ¿no es curioso que no existan tantas diferencias entre esa supuesta droga creada en la imaginación de un señor en los años 30 y el Prozac que tanta relevancia está teniendo en nuestra sociedad del nuevo milenio? Nadie se lleva hoy en día las manos a la cabeza cuando alguien ofrece como cura de todos los males una pequeña pastillita, como si fuéramos Alicia en el Pais de las Maravillas.
Farenheit 451 es un libro que desde la primera vez que cayó en mis manos (tendría unos 13 años) siempre he tenido en mente de una forma u otra a la hora tomar ciertas decisiones en mi vida. De hecho, este libro me ha influido hasta el punto de decantarme por una profesión muy relacionada con los libros. La metáfora no puede ser más clara: los libros, y pro extensión el conocimiento adquirido es peligroso, por lo tanto la mejor forma para controlar a una sociedad es destruyendo su fuente de aprendizaje. En el caso de la novela de Bradbury, los libros. Y en nuestra sociedad actual... ¿quizá el intentar acotar y limitar nuestro acceso libre a la información y a la cultura, es decir, Internet? En España con la Ley Sinde apunto de ser instaurada, la distopia de Bradbury no nos parece que sea precisamente ciencia ficción.
Por último, me gustaría mencionar un libro bastante reciente, escrito por Kazuo Ishiguro (excelente autor de libros como Los restos del día) llamado Nunca me abandones. Sin querer desvelar en demasía el argumento del libro, ya que el factor sorpresa es importante a la hora de disfrutar de la novela indaga sobre las implicaciones éticas y sentimentales a la hora de querer mejorar y alargar nuestra vida. ¿Es todo legítimo mientras que el proceso sea transparente? ¿Hasta qué punto el hombre tiene derecho a usar todos los avances tecnológicos con tal de mejorar su calidad de vida? ¿Habría que plantearse un límite o es perfectamente lícito aspirar a una vida longeva si tenemos los medios adecuados? ¿Dónde reside el alma? A priori, para alguien que no haya leído esta magnifica novela, todas estas preguntas pueden resultar un tanto incoherentes. Razón de más para leer esta maravillosa distopia.
Hay incontables distopias tanto en el cine, como en la literatura e incluso en la música. Partiendo de la premisa de que la distopia ha sido el vehículo perfecto para violar la censura no es de extrañar. Se podría considerar que realmente distopias han existido siempre, y siempre existirán, alertándonos de los peligros de un hipotético futuro como no cambiemos a tiempo nuestro rumbo. Por cierto, cada vez que escucho noticias sobre la central nuclear de Fukushima no puedo evitar acordarme de otra inquietante distopia: La Carretera, de Cormac Mccarthy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario