Hoy, para mi asombro, me he topado con el siguiente texto del latino Terencio:
"¡Qué jueces más injustos son siempre los padres para la gente joven! Les parece razonable que seamos viejos desde que nacemos y que no compartamos los gustos propios de la juventud. Gobiernan según su capricho, su capricho actual, no el de antaño. Si yo llego algún día a tener un hijo, éste hallará ciertamente en mí un padre comprensivo; podrá confesarme sus locuras y contar con mi indulgencia. No seré como mi padre, que se vale del ejemplo ajeno para darme sus lecciones de moral. ¡Pobre de mí! Cuando ha bebido algo más de la cuenta, ¡qué hazañas me cuenta (de su pasado)! Y ahora me dice: “saca partido de la experiencia ajena para tu propio provecho”. ¡Listo! No sabe, desde luego, que ahora, para mí, está contando cuentos a un sordo."
La verdad es que poco que añadir a este texto, con la excepción de que si desde hace más de 2000 años ya existían este tipo de problemas, ¿qué nos puede hacer creer que van a cambiar? Padres e hijos estamos condenados a no entendernos.Y sin embargo, generación tras generación, adolescentes tras adolescentes, seguimos gritando a los cuatro vientos que nuestra generación es la incomprendida, la verdadera y la rebelde. Y juramos y perjuramos que no cometeremos los mismos errores que nuestros padres ¡Qué ilusos somos! Pero si no somos ilusos con 18 años... ¿cuándo si no?
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