sábado, 12 de noviembre de 2011

Todas las mañanas

"El más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta" . Federico García Lorca


Todas las mañanas Artur recibe una llamada. Sabe perfectamente que durará unos segundos y no tendrá tiempo de escuchar a su interlocutor. Todas las mañanas Artur es despertado por esa llamada. Puntualmente, a las 7 de la mañana su teléfono suena con una precisión cirujana. Todas las mañanas Artur dedica unos minutos a pensar en su familia gracias a su sobrino, ese interlocutor silencioso que insistentemente le recuerda a través de los tonos telefónicos que tiene una familia en un corrupto país que no le olvida y todos los días reza por él. Todas las mañanas Artur sabe que su sobrino se levanta de la cama arrastrando sus púberes pies para comenzar con una rutina insufrible y vacía, cuasi espartana, encarando un futuro incierto aunque esperanzador (no se puede ir a peor, se dice a sí mismo) y compartiendo una habitación con otros siete jóvenes con la misma llama en sus brillantes pupilas en un colegio mayor de una pequeña provincia. Todas las mañanas Artur sabe que un día más su sobrino no tendrá oportunidad de ducharse y que tendrá que esperar al fin de semana, donde disfrutará en el hogar paterno de la ansiada agua caliente y toallas limpias impregnadas de fragancia de romero que su madre siempre le prepara cuidadosamente. Todas las mañanas, tras ese insistente politono en su móvil, Artur es consciente de que en él se plasman todas las esperanzas de un joven de 15 años que desea con todas sus fuerzas escapar de una situación afixiante y sucia, con pocas perspectivas de futuro. Todas las mañanas Artur quiere abrazar a su sobrino e intentar explicarle que el sueño de Europa es un sueño muerto, una tierra baldía que se está devorando a sí misma. Todas las mañanas, tras esa llamada, Artur hojea las páginas de periódicos en busca de cualquier empleo. Se patea las calles y acude a las entrevistas (si es su día de suerte) más inverosímiles: desde empujador de carritos de centro comercial con inglés bilingüe hasta mozo de almacén con un MBA. Todas las mañanas Artur quiere gritar porque sabe que dentro de no mucho su sobrino no querrá seguir estudiando al cegarse con esos deslumbrantes BMWs y Mercedes traídos de la emigración que vienen sin historia, sin el número de horas y sudor invertido en los neumáticos, sin las depravaciones de derechos ni abusos de patrones. Esos coches sólo aparecen con la premisa de un mundo mejor donde todos los jóvenes pueden enseñar su marca cara de calzoncillos al aire y sobre todo comprar, comprar y regocijarse en los grandes Centros Comerciales. Todas las mañanas Artur  quiere llorar, rendirse, volver a su tierra, pero se sabe responsable de esa esperanza y utopía ajena. Su hazaña hace que su sobrino tenga motivos para levantarse todas las mañanas y marcar febrilmente su número de teléfono, con una ilusión desbordada y alegría desmesurada de alguien que sabe a ciencia cierta que "hay vida ahí fuera".