jueves, 9 de junio de 2011

La bondad de los extraños

"Siempre he creído en la bondad de los extraños". Un tranvía llamado Deseo

A veces, no con mucha frecuencia hay que decir, todos los planetas se alinean de forma que surge una súbita muestra de bondad por parte de perfectos desconocidos de una forma totalmente altruista y desinteresada. A veces, un completo extraño te tiende la mano sin esperar nada a cambio. Su ofrecimiento no está sujeto a ninguna agenda oculta, a diferencia de tu primo, por ejemplo, que no para de ponerte excusas cada vez que le pides que te eche una mano con el ordenador, o de esa ex compañera de clase que se pone a silbar cada vez que le preguntas si habría alguna posibilidad de conseguir una entrevista en su empresa, porque en el fondo de alguna forma se siente amenazada por tu candidatura. Ambas situaciones tienen algo en común: debido a los vínculos, ya sean afectivos, sanguíneos o amistosos, se sienten obligados. Todos sin excepción nos hemos encontrado alguna vez a ambos lados del espejo. Incluso muchas veces una acción que a priori resultaría solidaria, esconde intereses ocultos, ya sea la propia redención de uno mismo o una limpieza de conciencia con resultados tan inmaculados que ni el mejor detergente podría conseguir. Por eso, cuando los astros se conjugan para que presenciemos un acto de bondad por parte de un perfecto extraño hay que mantener los ojos bien abiertos y disfrutar del momento, ya que nuestra sonrisa y fe en la humanidad se incrementará con creces. A veces parece que esos momentos tienen la frecuencia del cometa Haley. Pero tener el privilegio de ser partícipe y sentirnos Blanche Dubois por un día en un perfecto mundo de belle sureña donde no existe la maldad es impagable. 

sábado, 4 de junio de 2011

Epifanía postmoderna


"Hay hombres que luchan un dia y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles. " Bertold Brecht

En un lugar de una plaza de cuyo nombre no quiero acordarme deambulaba un veterano activista, curtido en las artes de la dialéctica y la lucha de base. Más de veinte años a sus espaldas avalaban su experiencia en la lucha obrera. Ínclito personaje que se dejaba caer en todas las asambleas de barrio y centros sociales okupados. Su presencia era requerida en cualquier tertulia underground que se jactara de ser  exitosa. Una de sus tareas principales consistía en aleccionar a los nuevos cachorros del colectivo contra los males del capitalismo. No en vano él era una de las pocas personas del circuito que se había leído y había estudiado concienzuda y genuinamente (y no sólo lo simulaba, como muchos de sus compañeros y compañeras) todas y cada una de las obras de Engels y Marx, incluyendo su voluminoso El Capital. Como buen sofista dedicaba largas horas a preparar sus discursos y teorías. No en vano la forma en la que se transmitía sus enseñanzas debía de ser sumamente cuidada, ya que era primordial que estas ideas se quedaran plasmadas en las conciencias de los jóvenes militantes.
Pero eso eran otros tiempos. Ahora miraba atónito cómo la Plaza estaba llena de jóvenes entusiastas e idealistas, tal y como él mismo se consideraba a lo largo de toda su trayectoria vital. Observaba cómo estudiantes de apenas 20 años tenían una idea clara: estamos hartos de ser manipulados y queremos ser escuchados. No podía dar crédito a lo que estaba pasando. Él que desde su época universitaria siempre se había movilizado, organizando asambleas horizontales, okupando casas y creando centros sociales autogestionados junto con otros compañeros. Viviendo un desalojo tras otro y vuelta a empezar. Viendo pasar durante sus años de convivencia comunal a mil y un mangantes escondidos bajo una fachada reivindicativa. Recuperándose de cada decepción sufrida por parte de compañeros que se fueron alejando de la lucha por uno u otro motivo. ¿De qué le habían servido tantos años de estudio, de sufrimiento, de insumisión, de encontronazos con la policía? ¿Cómo era posible que unos mocosos, de un día para otro consiguieran lo que él llevaba anhelando durante más de veinte años? ¿Las redes sociales? ¿El contagio de las revoluciones en Egipto, Libia…? Una pandilla de niñatos declarados “apolíticos” que seguramente no sabrían ni quién era Marcuse, se decía así mismo en voz alta.
Precisamente – le respondió sonriendo una joven mientras le entregaba una pancarta. 
El veterano activista, encogiéndose de hombros, cogió la pancarta que le tendió la joven y se unió al grupo.