jueves, 25 de agosto de 2011

Amor filial

"Cuando los padres han construido todo, a los hijos sólo les el queda derrumbarlo".   Karl Kraus.



Ayer vi una película llamada Mi hija Hildegart, dirigida por Fernando Fernán Gómez y basada en un hecho real que estremeció a la España de la 2ª República en el año 33. Narraba la historia de Hildegart Rodríguez, muerta a manos de su madre con tan sólo 18 años. Hildegart fue concebida y criada por su progenitora con la idea de convertirla en la mujer perfecta, en el futuro azote de una sociedad arcaica y supersticiosa. Con 3 años la niña sabía leer, y con 8 hablaba 6 idiomas. A los 17 años se licenció en derecho y llegó a impartir clases en la Escuela de Filosofía en Madrid. A su muerte había conseguido publicar 5 ensayos y estudios y se había convertido en una renombrada intelectual de la época, captando la atención de personajes tan insignes como H.G. Wells. Paradójicamente, aunque la gran mayoría de sus publicaciones versaba sobre la sexualidad femenina, Hildegart murió virgen. A día de hoy las razones que llevaron a su madre a asesinarla siguen siendo meras conjeturas, aunque la principal razón que Aurora, su madre, alegó fue que su querida hija se había alejado de su principal cometido por el cuál había sido engendrada, de su proyecto vital cuidadosamente diseñado por su progenitora.
Tras conocer esta historia no he podido evitar el recordar otros casos semejantes que, desgraciadamente, tampoco tuvieron un final feliz. Me viene a la mente por ejemplo el caso de Marvin Gaye, muerto a manos de su padre, un predicador de “The House of God”, y al que no parece que le hiciera mucha gracia el modo de vida de Gaye, plagado de drogas, alcohol y sexo.
La mitología griega también está plagada de ejemplos de filicidio, siendo Hércules y Medea dos de los más claros ejemplos, aunque en esos casos los hijos son utilizados a modo de venganza más que por decepción.  
Y es que cumplir las expectativas paternas o maternas es un trabajo harto complicado, sobre todo si los padres en cuestión han decidido claudicar (como en el caso de Aurora Rodríguez) de su propia vida en pro de contribuir a crear una imagen mejorada de sí mismos. Sin ser ejemplos tan drásticos, me apena ver a mi alrededor a muchísimos de esos padres y madres cuya vida propia se detuvo desde el momento que se dio a luz a su vástago, poniendo desde entonces todo tipo de ilusiones (presiones) en los hombros de ese futuro mini-yo. Me pregunto cuándo llegará (si llegará) ese punto de inflexión en el que afortunadamente la mayoría de seres humanos se atrevan a rebelarse contra su creador (en sentido metafórico y figurado) y qué desenlace tendrá. Y mientras pienso en esto, me estremezco al pensar de que tengo un nuevo problema en el que pensar: si algún día por fin decido tener hijos, ¿cómo podré evitar no jugar a Dios y plasmar todas mis ilusiones y sueños no cumplidos?